viernes, febrero 23, 2007

Viernes por la noche...

Hola a todos los que me leen ahora que sé que son, al menos, tres.

Muchas cosas han pasado desde que colgué el último artículo pero poco tiempo he tenido para sentarme a escribir. De entre todo lo que he visto en este tiempo ha habido un hecho concreto que me ha dejado absolutamente parado. Quizás cuando os lo cuente no os parezca gran cosa pero si alguna vez lo veis con vuestros propios ojos, os aseguro que no os quedaréis tan tranquilos.

Vivo en una ciudad no muy grande, de hecho algunos para chinchar suelen decir que es “un pueblo grande”. En realidad es un lugar bastante tranquilo para vivir, tenemos de todo y, a pesar de las muchas limitaciones que no podemos negar, está muy lejos del caos cosmopolita de ciudades como Madrid, Barcelona o incluso Valencia. Precios razonables, distancias cortas, no demasiado tráfico, pequeño comercio (aunque disminuyendo), zonas de ocio no demasiado masificadas, parques, lugares de práctica deportiva libre... en fin, sin lujos, pero de todo.

Algunos dicen que aquí no podemos hacer la mitad de cosas porque nos conocemos todos y siempre hay alguien que nos ve. Eso es mucho decir pero también es cierto que para unos 175.000 que somos, a la tercera parte más o menos o los conocemos o nos suena su cara de verles por aquí y por allá, sobre todo si trabajan en puestos públicos, como puede ser la biblioteca, el ayuntamiento, la policía, protección civil, etc.

Pues bien, la otra noche después de cenar con unos amigos y tomarnos unas cervezas en un pub Heavy de por aquí, volviendo por la calle hacia casa vimos una escena que jamás hubiera imaginado. Serían las 4 de la madrugada o más, doblamos una esquina para meternos en una callejuela peatonal y pasamos por delante de un portal de estos con un entrador grande metido hacia adentro. El típico portal que es como un recibidor de unos 3 o 4 metros en los que coinciden una tienda y una entrada a una finca. Pues bien, en ese portal nos encontramos de repente con uno de esos barrenderos incansables que vemos cada día por las calles de cerca de casa. Sabes que es él porque aunque no le conozcas por su nombre le ves prácticamente a diario. Pues bien, nos lo encontramos en el portal pero no para entrar ni para salir, ni siquiera mirando el escaparate de aquella tienda. Eran las 4 y tenía turno de noche, pero tampoco estaba trabajando, aunque llevaba puesto el mono y tenía la escoba al lado.

El hombre junto a otros tres compañeros estaban tirados durmiendo la mona borrachos como cubas rodeados de más de 10 latas de cerveza vacías. Me quedé helado. Uno de ellos no dormía en realidad, estaba acabándose una de las latas mientras emitía un sonido gutural ininteligible al ver que nos habíamos quedado blancos, mirándolos allí echados contra la pared con la cabeza gacha y colorada. Como si los hubieran fusilado, habían caído como sacos de patatas.

Personalmente me quedé tan alucinado que no supe reaccionar. Primero porque conocía a uno de ellos y jamás me lo hubiera imaginado en esa situación tan lamentable. Y a las 4 de la mañana. Y ya más tarde pensé cómo podía ser que unos funcionarios estuvieran absolutamente alcoholizados en horas de trabajo, teniendo en cuenta que su puesto lo pagamos entre todos. Cualquiera de las dos cosas me sigue pareciendo hoy demencial.

¿Cómo puede una persona en horas de trabajo ponerse tan hasta el culo “cuando nadie me ve”? ¿Y cómo se pueden esconder tan poco y actuar con tan poca vergüenza? ¿Cuántas veces lo habrán hecho? ¿Lo harán siempre que les toca trabajar de noche? ¿Como es posible que le estemos pagando el ciego a cuatro tíos con nuestros impuestos?

Definitivamente, alguien debería vigilar de tanto en tanto a los trabajadores de puestos públicos. No soy mucho de tópicos pero es verdad que el funcionariado está repleto de impresentables. Pobrecitos los que trabajen con responsabilidad porque no debe ser plato de buen gusto soportar una mala fama creada por elementos como estos.

No llevaba la cámara de fotos encima porque desde luego era para guardarla, la escena.

Todavía hoy sigo flipando, la verdad es que tenia que decirlo.